La “noticia” es que los republicanos no quieren lecciones de racismo en la educación estadounidense, como se suele leer en la prensa estadounidense y en artículos académicos. Más específicamente, los gobernadores republicanos y otros funcionarios se han involucrado en una serie de prohibiciones y restricciones en los programas educativos basados en la teoría crítica de la raza (Critical Race Theory), que tratan del racismo como de un fenómeno sistémico y no como una cuestión de prejuicio individual.
La teoría crítica de la raza, que se remonta a fines de la década de 1970, está saliendo a la luz a raíz de los últimos acontecimientos impactantes en los Estados Unidos, como la muerte de George Floyd y una serie de asesinatos de civiles negros por policías blancos. Las consiguientes movilizaciones antirracistas y la concienciación pública sobre el racismo y su respuesta han provocado una controversia generalizada en el debate público sobre las causas y la perpetuación de la discriminación racial y el racismo, a pesar de los esfuerzos realizados en los últimos años para erradicar ese fenómeno de racismo.
En esta controversia, los republicanos emergen como críticos de la noción de que el racismo es una estructura social, incrustada en los sistemas legales y políticos, como lo sostiene la teoría crítica de la raza. Algunos de estos críticos, incluso, creen que al adoptar tales puntos de vista, se está conduciendo a la demonización de los blancos en nombre de la eliminación del racismo.
Los demócratas, por otro lado, parecen ser progresistas y desean que el racismo sea una unidad temática en todos los niveles de la educación, lo que permite un debate profundo en las escuelas y universidades. De hecho, el propio presidente Biden ha prometido una serie de reformas legislativas para reducir la brecha en el seno de la discriminación racial.
Es un hecho de que los Estados Unidos es un país con quizás el mayor multiculturalismo del mundo, una cruzada de tribus donde conviven blancos, negros, latinos, mestizos, asiáticos, indígenas y otros. También es un hecho de que el racismo es un problema atemporal de los Estados Unidos e históricamente, valores como la libertad, la prosperidad y la igualdad de oportunidades han sido prerrogativa de los blancos, a través de una opresión consciente y selectiva de las personas de color, independientemente de su raza. A pesar de todos los esfuerzos realizados en el pasado, el racismo se está intensificando en lugar de disminuir.
Pero lo que escapa a esta controversia que ha estallado últimamente es si los privilegios de los «blancos» y la exclusión de los «de color» son realmente una cuestión racial o, en última instancia, de clase. En otras palabras, hay una abstracción, donde debido a que desde una coyuntura histórica la clase dominante está compuesta principalmente por blancos de origen anglosajón y los estratos más bajos consisten principalmente en personas de color, el énfasis está en la raza y no en la clase.
Los dos partidos han subido el tono del enfrentamiento político con un enfoque en la identidad nacional, para evitar el debate sobre la causa real del problema, es decir, el sistema económico que genera desigualdades sociales y racismo. Este sistema es el capitalismo y por eso no hay ningún enfrentamiento real entre republicanos y demócratas. Ambos son partidarios acérrimos y no tienen ningún problema en bombardear países como Yugoslavia e Irak para servir a los intereses financieros de las multinacionales, sea Clinton (demócrata) y Bush (republicano), intervenir militarmente en otros países para cambiar el régimen a pesar de la elección del propio pueblo, sea Kennedy (Demócrata) en Cuba, para apoyar el genocidio palestino por parte de Israel – ningún presidente estadounidense nunca ha apoyado a Palestina – etc.
Es más, Colin Powell, Condoleezza Rice, el propio Obama, a pesar de su color, representaron a la burguesía y libraron guerras imperialistas.¡Ellos y los de su calaña nunca sintieron racismo, aún siendo gente de color!
Sin lugar a dudas, el Partido Republicano en Estados Unidos es la expresión política de la parte más conservadora de la sociedad estadounidense, partidaria de posiciones de extrema derecha que fomentan o incluso incitan al racismo, quizás no en la misma forma que en los años veinte o sesenta, pero sí con la misma percepción. En cuanto a los demócratas «progresistas», ellos no son tan progresistas cuando se trata de derechos y libertades laborales. Estados Unidos es uno de los pocos países del mundo que no reconoce el Primero de Mayo, día de huelga en homenaje a la clase trabajadora, debido a su afiliación al movimiento comunista, y en eso los demócratas están de acuerdo.
La composición socio-racial de los Estados Unidos del siglo XXI muestra simplemente que las clases en este país tienen color, y las desigualdades y exclusiones sociales que son problemas reales siguen los orígenes de clase y no de raza. Según los datos del censo de 2019, la población de EE. UU. por clasificación racial es:
Blancos, no latinos | 60.3% |
Latinos (de cualquier raza) | 18.5% |
Negros o afroamericanos | 13.4% |
Asiáticos | 5.9% |
Nativos americanos (indígenas) | 0,18% |
Fuente: «US Census Bureau July 1 2019 Estimates» (web). United States Census Bureau. July 2019. Retrieved June 6, 2020.
Por lo tanto, el 40% de la población consiste en personas no blancas, mientras que al mismo tiempo, según los datos de la Encuesta de la Comunidad Estadounidense (American Community Survey Data[1]), la clase obrera total consiste en 40 a 50% de población de color, dependiendo del estado. Entonces, la mayoría de la gente de color pertenece a la clase trabajadora y a los estratos sociales más bajos, aunque la mayoría de la clase trabajadora es blanca.
Si pudiéramos imaginarnos unos segundos a Estados Unidos sin diferentes razas, pero que supuestamente todos los habitantes fueran indios o negros, como en algunos países africanos, seguiría habiendo exclusiones y racismo, como es el caso de países que no tienen tal diversidad racial. En todas las ciudades grandes de Europa existen barrios de la clase trabajadora que funcionan como guetos. Son distritos desatendidos y degradados, donde los niños de la clase trabajadora no tienen fácil acceso a la educación formal debido a las dificultades económicas, y las clases bajas generalmente enfrentan problemas similares a los registrados en los EE. UU. , como violencia policial continua e injustificada, que, especialmente en el reciente período de cuarentena debido a la pandemia de COVID19, se ha incrementado de forma pronunciada.
Después de todo, si miramos hacia atrás en la historia de los Estados Unidos y observamos cómo llegamos a la composición social y racial de hoy, nos daremos cuenta, de que con el tiempo, se trata de un conflicto violento y de la imposición del más fuerte -en este caso el anglosajón blanco- sobre otras razas y grupos sociales, siempre con incentivo económico. Así es como finalmente se explica la actual composición racial de las clases.
En primer lugar los colonos europeos (españoles y franceses primero, luego ingleses que se impusieron después de una guerra de 9 años) exterminaron a los indígenas, que eran los nativos de la región, para saquear sus tierras ancestrales y explotarlas ellos mismos. Así, los nativos se convirtieron en minoría en su propio país, siendo hoy una exigua minoría y completamente marginados del sistema.
La escasez de mano de obra, principalmente para la producción agrícola, se cubrió con el transporte forzoso de esclavos negros desde África, que fue una práctica común en muchas colonias europeas durante los siglos XVIII y XIX. De hecho, durante este período, principalmente en la segunda mitad del siglo XIX, se desarrolló la teoría reaccionaria de la superioridad biológica de los blancos sobre otras razas, para justificar la esclavitud y la explotación violenta de los negros, pero también de otros pueblos indígenas en todas las colonias europeas.
La Guerra Civil estadounidense que tuvo lugar a continuación entre el Norte y el Sur después de que el país se independizó de Gran Bretaña, y aparentemente se basó en la abolición de la esclavitud, fue de hecho un conflicto entre señores feudales (sureños) que necesitaban a esclavos negros principalmente para la agricultura y el cultivo de algodón, e industriales (norteños) que necesitaban a mano de obra para sus fábricas y negocios, o sea a gente libre que vendería su trabajo a bajo precio.
Es así como, tras la dominación del Norte, los viejos esclavos se transformaron en trabajadores modernos, mientras se iban sumando los recién llegados, provenientes de los flujos migratorios, principalmente de Europa a principios del siglo XX. El rápido crecimiento de la industria en los Estados Unidos, la construcción de ferrocarriles y otra infraestructura, la reconstrucción de las grandes ciudades requirió mucha mano de obra, que provenía de inmigrantes de todos los colores y razas. Sin embargo, ya en 1882, con la prohibición del ingreso de inmigrantes chinos al país, se inició una producción de leyes que determinaron el ingreso de inmigrantes con criterios raciales, que con el tiempo se tornaron cada vez más restrictivos. Estas leyes fueron respaldadas por todos los presidentes estadounidenses, ya sean republicanos o demócratas.
Durante las décadas de 1970 y 1980, las intervenciones imperialistas estadounidenses en América Central y del Sur y las guerras civiles que provocaron en la región llevaron a la inmigración masiva de latinos a los Estados Unidos en un esfuerzo por escapar de la pobreza, los conflictos sangrientos y la muerte. Por ejemplo, en 1980, cuando El Salvador tenía una población de alrededor de 5 millones, se estimó que alrededor de 2 millones de personas, o el 40% de la población, inmigraron a los Estados Unidos debido a la guerra civil en el país y la pobreza que había causado.
De hecho, todas las razas, excepto los blancos, comienzan su viaje histórico en los Estados Unidos como oprimidos, explotados, como una clase trabajadora sin privilegios. Entonces la discriminación comienza desde una base de clase y no de raza. Es decir, los blancos, y sobre todo de ascendencia anglosajona, eran los que poseían principalmente los medios de producción, la tierra, el capital, el poder, como surgió de las guerras y conflictos violentos que mencionamos anteriormente. En efecto, no hay que olvidar que los inmigrantes europeos blancos, como irlandeses, italianos, griegos, judíos de Europa, etc., también sufrieron racismo y guetización, especialmente en los primeros años de su llegada. Y algunos todavía siguen sufriendo.
Entonces, esta controversia entre republicanos y demócratas sobre quién es el más progresista, basada en el problema del racismo, parece un poco teatral. Es como cualquier enfrentamiento político entre partidos y fuerzas políticas, que si bien en lo principal no tienen diferencias, deben sin embargo diferenciarse para dirigirse a su audiencia electoral. Después de que los republicanos apuntaron a la «clase trabajadora blanca», con el presidente Trump culpando del desempleo y la pobreza principalmente a los inmigrantes de color, los demócratas tuvieron que aparecer como rivales impresionantes y partidarios de las minorías.
No equiparamos a los dos partidos, ni ignoramos sus pequeñas diferencias ideológicas. No minimizamos las extremas violencias que los estadounidenses negros han sufrido a manos de las organizaciones de extrema derecha durante décadas. Tampoco ignoramos la triste realidad actual, donde el sistema de educación pública está completamente degradado por falta de financiamiento tanto de republicanos como de demócratas, y está dirigido principalmente a minorías de color (negros, latinos, asiáticos) que no tienen alternativa, por lo que sus hijos están condenados a reproducir la misma pobreza. Infinitos son los ejemplos de racismo, discriminación racial y exclusión que podemos citar, con la responsabilidad política de ambos partidos.
Si el racismo es un problema sistémico, como lo establece la teoría crítica de la raza, está fuera de toda duda, ya que es un problema inherente al capitalismo. El cambio del sujeto social, sin embargo, de sujeto de clase a sujeto de raza, a menudo es desorientador y absuelve al sistema económico que genera desigualdades, una expresión de las cuales es la discriminación racial, la guetización y el racismo. El resto de la superestructura, las leyes, el sistema político, la educación, etc. siempre se construyen sobre el sistema económico. Si realmente queremos erradicar el racismo, el debate debe centrarse en la emancipación real del hombre. Es un proceso revolucionario que implica un cambio de clase en el poder. Y esta es la clase trabajadora, sin que importe el color, la raza, la religión y el género.
Alfonsina Rojas
[1] https://www.americanprogressaction.org/issues/economy/news/2018/07/06/170670/makes-working-class/